Los oficios se heredan. Ocurre con los Morán, en Boca de Caña, Samborondón. Gregorio Morán Alvarado, de 58 años, y su hijo, Cristián Morán Franco, heredaron el oficio de un viejo pescador: Bartolo Morán, el padre y abuelo, respectivamente.
Es sábado. Gregorio recordaba que cuando tenía doce años su padre empezó a llevarlo a pescar. Las faenas se hacían en ríos cercanos como Boca de Caña, el Rosario, el Guayas…
“Muchas veces andábamos de 10 a 20 personas, tapábamos todo el río y pescábamos unos 20 o 30 quintales de corvinas, róbalos, bagres. En ese tiempo había bastante pesca”, recuerda este pescador montuvio.
A mi inquietud de cómo eran esas jornadas de días, evoca: “Muchas veces estábamos toda la semana, siempre pescando en entrada y salida de agua: esteros por el río de Salitre, por allá pescábamos todo el invierno. Por ahí mismo hacíamos una ramada y vivíamos ahí. Fin de año, Semana Santa…”.
Cuenta que años atrás, en los tiempos de auge de la larva de camarón y en canoa a motor, los pescadores iban a faenar al mar y trabajaban en camaroneras.
Gregorio dice que algunos de sus familiares también son pescadores, aunque otros trabajan en albañilería y carpintería.
“El agua también hostiga, con el tiempo los huesos duelen, porque nosotros hemos envejecido en el río. Le digo también que el río es bonito, la pesca, la brisa y el mar”.
¿Algunos tipos de peces están desapareciendo? “Antes había viejas, bocachicos, corvinas, róbalos, bagres, dicas en cantidad, el buen barbudo, el guanchiche que se varaba. La lisa se cogía por canoas, por quintales. Antes uno cogía hasta 10, 12 quintales de camarón, en una sola jornada y lo cogíamos con atarrayas y paños a orillas del río”.
“Ahora solo se coge una o dos gavetas de pescado. De camarón, unas seis a diez libras”.
Gregorio le pide a la Marina un control constante. También sugiere que se fijen otras vedas. “Día a día va más peor las cosas –expresa con desaliento–. No es igual al tiempo en el que uno cogía bastante pescado. Y también los ríos están secos, ya no están hondos como antes”.
Ahora se gana la vida arreglando atarrayas y a veces va a recoger arroz, pues no hay dónde vender la pesca o le pagan muy bajo. “Máximo a $35 la gaveta y el pescado tiene que ser escogido. El más pequeño vale $10 la gaveta y $15 una de mezclado: grandes y chicos”.
A su lado, su hijo Cristián, de 38 años, recuerda que desde los 10 años acompañaba a su padre en la pesca. “Se puede decir que cuando yo nací, ya pescaba”, reflexiona. Actualmente, hace de comerciante de pescados y mariscos en el Mercado Caraguay, en Guayaquil, quien también lamenta la falta de variedad y de cantidad de peces.
“Bueno, ahora de repente sí voy a pescar, pero ya menos. Antes era infaltable porque usted iba y le daba emoción trabajar, porque se cogía bastante pesca, se iba a vender y había dónde”
Gregorio Morán Alvarado, pescador montuvio de Samborondón.