Monjes benedictinos se encargan de las personas sin recursos, en el lugar donde el narcotraficante permaneció más de un año.
ENVIGADO.- La Catedral, la jaula de oro de la que se fugó hace tres décadas el capo Pablo Escobar, se transformó en un apacible refugio que acoge ancianos sin recursos y que intenta, con su labor social y vocación religiosa, desmarcarse del narcoturismo.
El 19 de junio de 1991 el narcotraficante ingresó a esa lujosa cárcel, ubicada en la aldea La Miel del municipio de Envigado, vecino a Medellín. Se entregó como parte de un acuerdo con el entonces presidente César Gaviria. A cambio de no ser extraditado a Estados Unidos, accedió a ponerse en manos de la justicia colombiana. O al menos fingió hacerlo.
Año y medio después, Escobar se fugó de La Catedral después de retener a un viceministro de Justicia, un oscuro y bochornoso episodio para el Gobierno de la época.
Hoy, en ese lugar quedan pocos vestigios de la peculiar prisión. Es un espacio en el que se tejen distintos relatos con algo de desconexión, entre imágenes religiosas, placas con oraciones y algunas fotografías del que llegó a ser el narcotraficante más buscado del mundo, quien aparece junto a la leyenda: «Quien no conoce su historia está condenado a repetirla».