La Casa de Higueras y Costanera, en Urdesa, tiene vida. Nació para ser una casa común, pero su destino ha sido aún mejor, convertirse en un personaje más importante que cualquiera que la haya pisado.
Tras girar en la curva que marca la entrada a Urdesa central, desde el centro comercial Albán Borja, aparece lúgubre, imponente, con grandes paredes y tejas antiguas que sobresalen del gran muro que la enmarca. Si fuera una persona, sería una de esas que no pasan desapercibidas.
La llaman la mansión abandonada, casa embrujada, la guarida de malandros y pordioseros. Algún vez fue la Casa de colores, el Inmundicipio.
El tiempo le ha dado muchos rostros. Fue construida para ser el hogar de la familia Ramírez Franco, de El Oro. A partir de allí la historia real se entrelaza con el mito.
Algunos dicen que el señor Ramírez, que era bananero, quebró y nunca pudo terminar la vivienda; otras personas detallan que sus hijos pelearon por lo que quedó de la herencia. Se habla de un asesinato en la familia y de otras muertes, mientras la casa era construida.
Lo cierto es que a inicios de este siglo, la Casa pasó a ser bodega de bienes de la desaparecida Agencia de Garantía de Depósitos (AGD). Luego fue desocupada y adquirida por un italiano, que tampoco vivió en ella.
En el 2011, el artista Daniel Adum, quien vivía en Urdesa, conoció a ese italiano en la playa. Luego de una larga charla, se hizo cargo del alquiler y comenzó la época de los colores y el Inmundicipio, a mediados de ese año.
El Inmundicipio
A la par, Adum había iniciado un movimiento artístico con un grupo de jóvenes guayaquileños llamado LitroxMate. Consistía en pintar cuadros de colores, al estilo Mark Rothko, que simulaban los brochazos grises que pintaba la Municipalidad cuando quería tapar graffitis de las paredes.
Las pintadas comenzaron en Los Ceibos y Urdesa, lo que desencadenó una pugna judicial con el Cabildo, que alegaba que pintar colores estridentes en sitios públicos era ofensivo para la ciudadanía. Posteriormente fue declarado inocente, pero las paredes volvieron a ser grises.
El colectivo artístico aprovechó el alquiler de la Casa y las siguientes intervenciones artísticas se hicieron allí. El sitio se convirtió en el Muy Ilustrado Inmundicipio de Guayaquil, bautizado así como una crítica a las normativas artísticas preestablecidas en la ciudad. La primera exposición, en la que participaron Jorge Jaén, Gkillcity, Chema González, Nuno Acosta y RMNoby, entre otros, incluyó obras que habían sido rechazadas en salones de arte de la ciudad.
Fue quizás la única época en la que albergó lo más cercano a una familia. Durante dos años, la Casa fue arte y el sitio obligado de reunión de la juventud guayaquileña.
A la escritora Solange Rodríguez se le ocurren varias teorías sobre este imaginario, pero la principal es “que lo que no está habitado de personas se habita con imaginación”. No solo para con las casas, añade, si no con los cuartos en los que guardamos cosas viejas, donde se acumulan cosas. Allí pensamos “que puede haber algún tipo de fantasmas porque lo asociamos con la anormalidad”.
Rodríguez explica que la mansión gótica, que tiene tradición desde el siglo XVIII, y los castillos de vampiros, son parte de esa idea de casas encantadas.
¿Cómo estaba la Casa este 2020? A los cuartos que alguna vez fueron arte, les sobraba basura. La piscina, llena de agua sucia y desperdicios. La maleza, gigante y el interior del lugar, sin menos accesorios que antes. Además, hubo dos incendios que destruyeron parte del espacio.
Tras denuncias de los vecinos, por el uso que le dan al espacio las personas sin hogar, el Municipio decidió demoler la casa. El anuncio fue hecho a mediados de noviembre pasado.
“Esto (el Inmundicipio) activó el sector, le daba otro sentido a la propiedad, pero lamentablemente dejó de hacerse, y ya el lugar fue tomado por drogadictos”, manifestó María Pía Hidalgo, quien vive diagonal a la Casa, en una entrevista reciente a este medio.
FUENTE:
https://www.eluniverso.com