La Iglesia de San Francisco tiene tesoros artísticos ocultos. Uno de estos podría cambiar la historia del arte quiteño. Conozca los descubrimientos que hizo el Instituto Metropolitano de Patrimonio durante la restauración del ala sur de la nave de la iglesia.
La luz entra tamizada por los vitrales de la Iglesia de San Francisco, iluminando los andamios que, desde hace meses, ocupan el ala sur del templo. Los restauradores trabajan meticulosamente para devolver el esplendor a una de las joyas arquitectónicas más importantes de Quito, cuya construcción comenzó en 1537 y culminó en el templo provisional en 1550. En ese mismo año se iniciaron las obras del edificio actual, proyecto que finalizó hacia 1680. Aunque, solo 25 años más tarde fue inaugurado oficialmente.
San Francisco no es solo el mayor templo católico de la capital, es también una cápsula del tiempo. Su interior está dispuesto en forma de cruz latina, con una nave central elevada y flanqueada por ocho retablos, cada uno con su propia historia. Pero la verdadera sorpresa no estuvo en la grandiosidad de su estructura, que atrae a propios y extraños, sino en lo que apareció oculto entre sus muros y altares.
El Cristo que volvió a la luz
Santiago Chiriboga, restaurador del Instituto Metropolitano de Patrimonio, a cargo del proyecto, aún recuerda el momento en que los análisis de laboratorio revelaron lo inesperado: tras capas de pintura y modificaciones hechas a lo largo de los años, había algo más. “Identificamos ciertos trazos que no corresponden con la aplicación de la pintura visible”, explica. Para despejar dudas, tomaron radiografías y entonces lo vieron: una imagen oculta de un Cristo en el lado sur.
Con sumo cuidado, los expertos retiraron las capas superiores y apareció una pintura. En principio se cree que es un Ecce Homo, un Cristo de la caña, el momento en que Jesús es vestido con un manto, atado de manos y una corona de espinas antes de su crucifixión. El Jesús del cuadro tiene una aureola y su expresión es de paz. También tiene un elemento en su mano que parece una espiga, que sería el símbolo de su reinado.
“Es una obra de gran calidad artística”, señala Chiriboga.
Aún no se ha determinado quién fue su autor ni de qué época proviene, pero piensan que pudo ser traído por los sacerdotes franciscanos de la época en uno de sus viajes. Los franciscanos llegaron a Quito en 1534, cuando la ciudad fue fundada.
Si el cuadro fue realizado por un quiteño, esto cambiaría lo que se sabe sobre el arte realizado en la ciudad. La obra más antigua conocida, y que fue firmada por un quiteño, es de 1599, ejecutada por el pintor Andrés Sánchez Gallque, con su obra ‘Los negros de Esmeraldas’.
Murales olvidados y dorados recuperados
La restauración también ha sacado a la luz otros secretos. En las cúpulas, donde antes solo se veía una capa blanca, han aparecido querubines y decoraciones murales que habían permanecido cubiertas por siglos. “Estos espacios estaban completamente ocultos. Se pintaron de blanco en algún momento, quizás para modernizar la iglesia o por falta de mantenimiento”, explica el restaurador.
El hallazgo de los murales confirma una teoría que algunos historiadores ya manejaban: la iglesia, en sus primeros años, estaba cubierta de pinturas religiosas, una práctica común en el periodo colonial cuando los muros servían de lienzo para enseñar la fe a los indígenas conversos.
Pero hay más. Uno de los retablos, que durante décadas se creyó azul celeste, resultó estar completamente recubierto de pan de oro. “Durante la restauración encontramos el dorado original. Es un pan de oro desgastado, pero intacto en muchas áreas”, detalla Chiriboga. Respetando la autenticidad de la obra, los restauradores han aplicado nuevas láminas doradas en las zonas más dañadas, utilizando la misma técnica artesanal del siglo XVII.
Los secretos de los retablos
Cuatro retablos de la nave sur han pasado por un proceso minucioso de restauración. Entre ellos, el de San Francisco de Paula se destacó por sus técnicas decorativas. Los expertos descubrieron que muchas de sus ornamentaciones florales fueron hechas con una técnica llamada esgrafiado, en la que se aplica pan de oro sobre una superficie y luego se pinta con óleo traslúcido, generando efectos metalizados de color verde y azul.
Además, las hornacinas donde descansan las esculturas también escondían decoraciones que ambientaban las imágenes sagradas. Estos hallazgos han permitido entender cómo la iglesia fue evolucionando, cómo sus piezas fueron adaptadas y reutilizadas a lo largo de los siglos.
Además, en la pared, estaban ocultas imágenes que fueron pintadas por los sacerdotes de la época, antes de introducir los grandes retablos de 5 metros de alto, decorados con pan de oro.
Un trabajo de paciencia y precisión
La restauración no es solo estética, también es estructural. Algunas maderas estaban infestadas de xilófagos —insectos que devoran la madera— y se encontraban en riesgo de colapso. “Hemos reemplazado el 90% de los elementos estructurales y consolidado la madera con tratamientos especiales para garantizar su conservación”, detalla Chiriboga.
El trabajo ha sido arduo: cada pieza fue desmontada y llevada a un taller dentro del mismo templo, donde los restauradores trabajan con técnicas tradicionales para devolver su esplendor. “El reto más grande es que la iglesia siga en pie por muchos siglos más”, añade el experto.
La inversión y el futuro de San Francisco
La restauración ha requerido una inversión cercana a los $400.000, financiados por los quiteños, a través del Municipio. Los trabajos forman parte de un gran proyecto iniciado en 2017, cuando se intervino la nave norte y se solucionaron problemas estructurales y de humedad.
El 27 de febrero de 2025, la restauración de la nave sur llegará a su fin. Para entonces, los feligreses y visitantes podrán admirar de nuevo los retablos dorados, las pinturas murales y el Cristo redescubierto, aquel que por décadas permaneció oculto bajo capas de historia.

“El reto más grande es que la iglesia siga en pie por muchos siglos más”, Santiago Chiriboga, restaurador
$400.000 es la inversión en la restauración del ala sur de la Iglesia de San Francisco.